Enrique Gil escribió en apenas diez años (1836-1846) una obra considerable dedicada en gran parte al teatro, la literatura y el periodismo; y una parte pequeña, aunque valiosa, dedicada al Bierzo. Gil fue un autor europeo, cosmopolita, que igual se ocupa de Colón y la conquista de América como del último estreno teatral de Hamlet, de la ópera Lucía de Lammermoor o de las sagas escandinavas.

Las 1400 páginas de las Obras Completas de Gil, editadas en los ocho primeros volúmenes de Biblioteca Enrique Gil, contienen cuatrocientas mil palabras, en las que «El Bierzo» aparece mencionado 86 veces, que no son muchas. En realidad, Enrique vivió poco tiempo en El Bierzo. Catorce años de infancia, algunos veranos, y quince meses en 1835, hasta que en septiembre de 1836 marcha a Madrid sin que nadie de su familia acuda a despedirle. Gil no vuelve a casa hasta finales de 1839, cuando se siente enfermo y necesita una larga convalecencia. Regresa en agosto de 1841 “a disfrutar los aires nativos” y en el verano de 1842, época de su excursión a Peñalba y la Aquiana, que será su última visita al Bierzo.

Esta Antología no escoge las mejores páginas, sino toda la obra de Gil relacionada con El Bierzo como texto, pretexto y contexto. Que los lectores y lectrices escojan sus pasajes favoritos; que los docentes y estudiantes conviertan este rico arsenal literario en caudal de conocimiento y amor al Bierzo.

De estas doscientas páginas —–incluyen los siete poemas «bercianos», los recuerdos que expresa en Coblenza, San Goar y Hannover, y una veintena de fragmentos de El Señor de Bembibre— destacan las dos obras sustancialmente bercianas de Gil, El Lago de Carucedo y Viaje a una provincia del interior, en las que la patria y la matria, su geografía y paisaje, ríos, montes, valles, historia, cuentos, leyendas, tradiciones, monumentos, gentes, minería… se reflejan con intensidad.

Enrique Gil, el primer ecologista berciano, señalado por Azorín como el mejor paisajista español, pone en valor el paisaje del Bierzo en su plenitud con descripciones magistrales. Su lectura —que sugerimos se haga en voz alta— procura un intenso placer estético, un gozo que ensancha el corazón.

Edita: Fundación Biblioteca Enrique Gil

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